La Presidenta Laura Chinchilla sufragó en la Escuela Joaquín García Monge en la segunda vuelta de las elecciones en Costa Rica
PORTADA 10:07
Un ramo con rosas blancas envueltas en papel celofán color verde pasaron de mano en mano entre los integrantes de la Juventud Liberacionista, quienes esperaban el arribo de Chinchilla a la escuela Joaquín García Monge.
Después de completar el ritual de marcar una “X” en la papeleta presidencial, Chinchilla comenzó en forma oficial la cuenta regresiva que la llevará a entregar el poder, dentro de trentidós días, a su sucesor, Luis Guillermo Solís, del Partido Acción Ciudadana (PAC).
La junta receptora número 500 fue testigo del sufragio presidencial, mientras decenas de desamparadeños aplaudían en los pasillos del centro educativo al ritmo de un “chiquitibum a la bim, bom, ba” o de un “¡viva Laura!”. “Todos los que dejamos atrás una etapa de nuestras vidas siempre sentimos un poquito de nostalgia”, admitió Chinchilla en las afueras del recinto electoral.
Aseguró que invirtió lo mejor de su energía durante el ejercicio del cargo y que, en el último mes de gestión, su compromiso será entregar al próximo presidente “un terreno lo más chapeadito posible, lo mejor abonado posible en el marco de las circunstancias”.
La presidenta avisó que llegaría a votar a las 9:30 de la mañana de este domingo. Por ello, desde tempranas horas las calles circundantes al centro educativo se encontraban cerradas por asuntos de seguridad.
Tantas medidas provocaron el enojo de Felipe Pardo, un transportista del Partido Acción Ciudadana (PAC), quien a toda voz reclamó el derecho al libre tránsito a los delegados del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) e incluso intercambió empujones con simpatizantes verdiblancos.
Sin saber sobre ese incidente, a las 10: 30 a. m., la presidenta arribó y, en medio de la multitud que le pedía fotos y abrazos, avanzó hasta el toldo del PAC para saludar también a sus voluntarios.
Ahí, un apretón de manos y una sonrisa pareció calmar la ira del propio Pardo
Acompañada por la diputada saliente Annie Saborío, siguió su ya tradicional rutina de alzar niños y saludar de beso a los adultos mayores –en su mayoría mujeres– que la esperan en los pasillos de los sitios que visita.
Su tía, Marta Chinchilla, de ochenta años de edad, observaba la reacción de la gente desde las gradas. A ella no le sorprenden las muestras de afecto, pues afirma que desde joven la presidenta se caracterizó por ser muy cariñosa. En cuestión de minutos, el patio central de la escuela se tiñó de camisetas verdes y sombreros blancos, mientras que la mandataria, enfundada en una blusa de seda azul, caminaba con lentitud entre la multitud.
Una cadena humana de delegados del Tribunal, por cuyas frentes bajaba el sudor a cántaros, la resguardó hasta la salida. En cuanto se percató, la sonrisa y el buen semblante que traía Chinchilla se difuminaron y les ordenó que abrieran el paso: “Por favor, no hagan eso. Así la gente no se puede acercar. ¡Si yo ya les he perdido el miedo!”.