OPINIÓN: OBAMA, DONALD TRUMP Y AQUELLO DE SUBIR Y CAER TODOS JUNTOS
OPINION 8:53
Por Marcelo Cantelmi.
El presidente se despidió con un mensaje de tolerancia, el nuevo electo, hizo su primera rueda de prensa con un discurso prepotente y muestras de censura. Es la gruesa línea que separa lo que hubo de lo que habrá en EE.UU
We rise or fall together as one nation as one people”
La gruesa línea que separa lo que hubo de lo que habrá a partir de la gobernanza en los EE.UU. de Donald Trump, la dibujó con formas de rajadura el propio presidente electo con el sonoro ataque que lanzó el miércoles contra el reportero Jim Acosta de la cadena CNN a quien le impidió hablar. El episodio de censura explícita, cargado de gritos y maltrato, sucedió en la primera rueda de prensa que Trump brindó desde que ganó las elecciones del 8 de noviembre. El hecho es importante porque define un comportamiento cuyo registro amenazante se torna aún más significativo frente al mensaje de tolerancia y cuidadosa grandeza con el que se despidió Barack Obama en Chicago un día antes.
Lo que hizo Trump al amordazar al cronista y señalarlo groseramente, corroe la libertad de prensa al buscar atemorizar al periodismo. Pero lo central es que exhibe una distorsión de la noción del poder que es del Estado y no del individuo. No son cuestiones menores. Trump parece exponer que está dispuesto a hacer lo que quiere simplemente porque así son las cosas y no puede haber lugar a la crítica o a la investigación sobre sus pasos. Ese estilo prepotente previene sus propias debilidades, atrapado en conflictos de intereses que no logra disimular como suponía.
NUEVA YORK (ESTADOS UNIDOS),El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, ofrece una rueda de prensa en la Torre de su propiedad que lleva su nombre en Nueva York, Estados Unidos, hoy 31 de mayo de 2016. EFE/Jason Szenes eeuu nueva york Donald Trump eeuu elecciones presidenciales 2016 conferencia de prensa candidato partido republicano
El informe que enfureció a Trump se refería a un dossier de una treintena de páginas con detalles de sus supuestas juergas con prostitutas en el hotel Ritz de Moscú entre otros desvíos también financieros que darían otro sentido al lazo con Vladimir Putin. Ese paper, armado por un espía británico, se conocía desde setiembre del año pasado y había sido encargado doce meses antes por dirigentes republicanos para descarrilar la campaña del magnate.
La BBC, por ejemplo, tenía la documentación desde entonces pero no la publicó debido a que no se podía verificar la información. La CNN siguió similar comportamiento por las mismas razones. La cuestión quedó en el archivo. Pero, hace pocos días, los cuatro máximos jefes de la comunidad de inteligencia norteamericana, el FBI, la CIA, la NSA (National Security Agency) y el DNI (National Intelligence), entregaron sorpresivamente esa documentación a Obama y a su vice Joe Biden y después a Trump. El caso tomó en ese momento otra importancia y los medios informaron sobre esas entrevistas pero, del mismo modo, no incluyeron los datos del comprometedor reporte porque persistían las dificultades para verificarlo.
La CNN aclaró que no trasgrediría ese límite, cosa que sí hizo una web de pseudo periodismo, BuzzFeed, con antecedentes de plagios entre otros fallidos y subió a la red toda la información especialmente la no verificada, una irresponsabilidad habitual en Internet. Trump sabía eso pero decidió acusar a la CNN y cuestionó también al corresponsal de la BBC por “publicar información falsa”. Su propósito iba más alla del propio hecho.
El magnate también cargó contra la comunidad de inteligencia por la filtración, alternativa no desechable, aunque parece firme la pista de que fueron los propios republicanos que pidieron el informe quienes lo filtraron. Trump tiene razón en preocuparse porque, en cualquier caso, demostraría que sus enemigos de la propia superestructura del poder norteamericano no se detendrán. Aun peor, todo el episodio corporiza una caja de Pandora, figura grave para un empresario enemistado desde siempre con la transparencia.
Trump sabe, además, por eso mismo, que estos choques con la prensa se multiplicarán. Eso es lo que pretende esterilizar con un estilo autocrático que es el que ha elogiado más de una vez en Vladimir Putin o en el turco Recep Tayyip Erdogan. Pero en EE.UU., donde el presidencialismo está acotado, es una cuesta complicada. Un dato: la Oficina de Ética gubernamental acaba de denunciar que el plan del magnate para evitar conflictos de intereses traspasando el control de su imperio a sus hijos viola 40 años del standard aplicado a todos los presidentes. Laurence Tribe, uno de los mayores constitucionalistas de EE.UU., profesor de leyes en Harvard, avanzó más al calificar de “fraudulenta” esa salida.
La rueda de prensa fue un ejemplo de la flexibilidad de límites que reconoce el magnate, incluso en su propia narrativa xenófoba e intolerante. Si antes lo negó ahora aceptó que Rusia estuvo detrás del hackeo al Partido Demócrata destinado a favorecerlo en la campaña. Pero esa admisión la hizo en un tono que dejaba claro su disposición a decir lo que los demás querían escuchar. Para Trump la palabra es un gesto intrascendente.
En las audiencias del Senado que examinan los futuros ministros, algunos de sus candidatos repitieron el juego de acomodar el discurso a la coyuntura. Así, el racista Jeff Sessions, propuesto para el ministerio de Justicia se convirtió en cordero negando tanto las simpatías que le atribuyen con el Ku Klux Klan como sus conocidas críticas al matrimonio homosexual y en general a esa minoría, la hispana o la negra. El probable canciller Rex Tillerson, a su vez, aludió a una “Rusia peligrosa”, la misma con la que negoció por años sin ese prejuicio desde su puesto de CEO de Exxon, vínculo que pesó en su elección para ese cargo.
Puede ser debatible que la causa de esta consecuencia se encuentre en la gestión de Obama en sus dos periodos. Pero es claro que el demócrata, quien también sabe jugar con las palabras, contribuyó a construir la claraboya por donde esta gente ha pasado. El primer negro en el máximo sillón del poder norteamericano recibió un país en crisis cuando asumió derrumbado por el desastre de la gestión de George Bush.
Obama restauró el crecimiento, apagó la pesadilla bancaria y creó 14 millones de empleos abatiendo el desempleo. Pero lo hizo a un costo que según The Economist creó un nivel de desigualdad sin paragón entre los países más ricos. La mayor parte de ese desbalance sucedió en la década pasada.
El promedio del ingreso semanal era en 2014 igual que en el 2000. Un estudio de las universidades de Harvard y Princeton revela que 95% del nuevo empleo añadido en la gestión Obama fue “temporario o de medio tiempo”. A su vez, el sistema de quantitative easing, aplicado por la Reserva Federal para reavivar la economía inyectando dinero público, fue positivo pero generó una descomunal concentración en el tope de la pirámide.
Entre 2008 y 2016 la riqueza de los 400 norteamericanos más acaudalados pasó de 1,57 billones de dólares a 2,4 billones. Es lo que la Universidad de Stanford sintetiza en un estudio titulado “el desvanecimiento del sueño americano”. Esa es la frustración sobre la cual se montó Trump para saltar al poder.
En noviembre de 2012 Obama pronunció la frase del acápite de esta columna: “nos levantamos unidos o caemos juntos”. No casualmente la repitió el martes, en su despedida.w Copyright Clarín, 2017.
El presidente se despidió con un mensaje de tolerancia, el nuevo electo, hizo su primera rueda de prensa con un discurso prepotente y muestras de censura. Es la gruesa línea que separa lo que hubo de lo que habrá en EE.UU
We rise or fall together as one nation as one people”
La gruesa línea que separa lo que hubo de lo que habrá a partir de la gobernanza en los EE.UU. de Donald Trump, la dibujó con formas de rajadura el propio presidente electo con el sonoro ataque que lanzó el miércoles contra el reportero Jim Acosta de la cadena CNN a quien le impidió hablar. El episodio de censura explícita, cargado de gritos y maltrato, sucedió en la primera rueda de prensa que Trump brindó desde que ganó las elecciones del 8 de noviembre. El hecho es importante porque define un comportamiento cuyo registro amenazante se torna aún más significativo frente al mensaje de tolerancia y cuidadosa grandeza con el que se despidió Barack Obama en Chicago un día antes.
Lo que hizo Trump al amordazar al cronista y señalarlo groseramente, corroe la libertad de prensa al buscar atemorizar al periodismo. Pero lo central es que exhibe una distorsión de la noción del poder que es del Estado y no del individuo. No son cuestiones menores. Trump parece exponer que está dispuesto a hacer lo que quiere simplemente porque así son las cosas y no puede haber lugar a la crítica o a la investigación sobre sus pasos. Ese estilo prepotente previene sus propias debilidades, atrapado en conflictos de intereses que no logra disimular como suponía.
NUEVA YORK (ESTADOS UNIDOS),El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, ofrece una rueda de prensa en la Torre de su propiedad que lleva su nombre en Nueva York, Estados Unidos, hoy 31 de mayo de 2016. EFE/Jason Szenes eeuu nueva york Donald Trump eeuu elecciones presidenciales 2016 conferencia de prensa candidato partido republicano
El informe que enfureció a Trump se refería a un dossier de una treintena de páginas con detalles de sus supuestas juergas con prostitutas en el hotel Ritz de Moscú entre otros desvíos también financieros que darían otro sentido al lazo con Vladimir Putin. Ese paper, armado por un espía británico, se conocía desde setiembre del año pasado y había sido encargado doce meses antes por dirigentes republicanos para descarrilar la campaña del magnate.
La BBC, por ejemplo, tenía la documentación desde entonces pero no la publicó debido a que no se podía verificar la información. La CNN siguió similar comportamiento por las mismas razones. La cuestión quedó en el archivo. Pero, hace pocos días, los cuatro máximos jefes de la comunidad de inteligencia norteamericana, el FBI, la CIA, la NSA (National Security Agency) y el DNI (National Intelligence), entregaron sorpresivamente esa documentación a Obama y a su vice Joe Biden y después a Trump. El caso tomó en ese momento otra importancia y los medios informaron sobre esas entrevistas pero, del mismo modo, no incluyeron los datos del comprometedor reporte porque persistían las dificultades para verificarlo.
La CNN aclaró que no trasgrediría ese límite, cosa que sí hizo una web de pseudo periodismo, BuzzFeed, con antecedentes de plagios entre otros fallidos y subió a la red toda la información especialmente la no verificada, una irresponsabilidad habitual en Internet. Trump sabía eso pero decidió acusar a la CNN y cuestionó también al corresponsal de la BBC por “publicar información falsa”. Su propósito iba más alla del propio hecho.
El magnate también cargó contra la comunidad de inteligencia por la filtración, alternativa no desechable, aunque parece firme la pista de que fueron los propios republicanos que pidieron el informe quienes lo filtraron. Trump tiene razón en preocuparse porque, en cualquier caso, demostraría que sus enemigos de la propia superestructura del poder norteamericano no se detendrán. Aun peor, todo el episodio corporiza una caja de Pandora, figura grave para un empresario enemistado desde siempre con la transparencia.
Trump sabe, además, por eso mismo, que estos choques con la prensa se multiplicarán. Eso es lo que pretende esterilizar con un estilo autocrático que es el que ha elogiado más de una vez en Vladimir Putin o en el turco Recep Tayyip Erdogan. Pero en EE.UU., donde el presidencialismo está acotado, es una cuesta complicada. Un dato: la Oficina de Ética gubernamental acaba de denunciar que el plan del magnate para evitar conflictos de intereses traspasando el control de su imperio a sus hijos viola 40 años del standard aplicado a todos los presidentes. Laurence Tribe, uno de los mayores constitucionalistas de EE.UU., profesor de leyes en Harvard, avanzó más al calificar de “fraudulenta” esa salida.
La rueda de prensa fue un ejemplo de la flexibilidad de límites que reconoce el magnate, incluso en su propia narrativa xenófoba e intolerante. Si antes lo negó ahora aceptó que Rusia estuvo detrás del hackeo al Partido Demócrata destinado a favorecerlo en la campaña. Pero esa admisión la hizo en un tono que dejaba claro su disposición a decir lo que los demás querían escuchar. Para Trump la palabra es un gesto intrascendente.
En las audiencias del Senado que examinan los futuros ministros, algunos de sus candidatos repitieron el juego de acomodar el discurso a la coyuntura. Así, el racista Jeff Sessions, propuesto para el ministerio de Justicia se convirtió en cordero negando tanto las simpatías que le atribuyen con el Ku Klux Klan como sus conocidas críticas al matrimonio homosexual y en general a esa minoría, la hispana o la negra. El probable canciller Rex Tillerson, a su vez, aludió a una “Rusia peligrosa”, la misma con la que negoció por años sin ese prejuicio desde su puesto de CEO de Exxon, vínculo que pesó en su elección para ese cargo.
Puede ser debatible que la causa de esta consecuencia se encuentre en la gestión de Obama en sus dos periodos. Pero es claro que el demócrata, quien también sabe jugar con las palabras, contribuyó a construir la claraboya por donde esta gente ha pasado. El primer negro en el máximo sillón del poder norteamericano recibió un país en crisis cuando asumió derrumbado por el desastre de la gestión de George Bush.
Obama restauró el crecimiento, apagó la pesadilla bancaria y creó 14 millones de empleos abatiendo el desempleo. Pero lo hizo a un costo que según The Economist creó un nivel de desigualdad sin paragón entre los países más ricos. La mayor parte de ese desbalance sucedió en la década pasada.
El promedio del ingreso semanal era en 2014 igual que en el 2000. Un estudio de las universidades de Harvard y Princeton revela que 95% del nuevo empleo añadido en la gestión Obama fue “temporario o de medio tiempo”. A su vez, el sistema de quantitative easing, aplicado por la Reserva Federal para reavivar la economía inyectando dinero público, fue positivo pero generó una descomunal concentración en el tope de la pirámide.
Entre 2008 y 2016 la riqueza de los 400 norteamericanos más acaudalados pasó de 1,57 billones de dólares a 2,4 billones. Es lo que la Universidad de Stanford sintetiza en un estudio titulado “el desvanecimiento del sueño americano”. Esa es la frustración sobre la cual se montó Trump para saltar al poder.
En noviembre de 2012 Obama pronunció la frase del acápite de esta columna: “nos levantamos unidos o caemos juntos”. No casualmente la repitió el martes, en su despedida.w Copyright Clarín, 2017.