Opinión: La disociación familiar
OPINIONES, PORTADA 11:43
Página 81 del libro “Introducción
al
Estudio de la Criminología” escrito por el doctor Héctor Dotel
Matos.
República Dominicana. Es la disociación familiar
antes, mencionada, que vemos así reaparecer como factor de delincuencia juvenil
bajo un aspecto nuevo. Tal disociación determina un desequilibrio efectivo. El
niño, en efecto, no se desarrolla armoniosamente más que en una atmósfera donde
la afección y la autoridad paterna se combinan. Es por lo que la disociación
familiar provoca frecuentemente traumatismos profundos consecutivos, sea por
carencia afectiva o por comisión de autoridad, sea por forcejeos entre padres,
forcejeos en los que el niño es fundamentalmente la víctima; sea, en fin, por
afecciones exasperadas o por fijaciones apasionadas. A menudo también la
disociación familiar pone obstáculos a la identificación del niño con sus
padres. Este busca fuera del hogar dislocado los modelos que sean para él los
del amor y de la ternura, de la fuerza y de la audacia. Es entonces cuando los
diversos tipos de irregularidades sociales pueden seducirlo y arrastrarlo a
lamentables aventuras. Los desórdenes familiares nos parecen que juegan
igualmente un papel fundamental: el niño testigo de la embriaguez del padre, de
la prostitución de su madre, de las escenas escandalosas y cotidianas, a menudo
víctima de la dilapidación de su propio salario por sus padres, reacciona
afectivamente. Se convierte en nervioso, impulsivo e inestable; se expresa con
actos de violencia o fugas y su nerviosismo es frecuentemente agravado por la
baja alimentación o la falta de sueño. Nos parece que sólo después de haber
examinado de qué forma el niño es a la vez receptivo y reactivo a su medio
podemos evaluar toda la importancia de la miseria en un estudio factorial de la
delincuencia juvenil. Existe la miseria alimentaria y presupuestaria que
determina robos, tráficos ilegales por los cuales se valen un cierto estado de
necesidad biológica. Estos hechos no pueden negarse, ya que existe una gran
cantidad de jóvenes, delincuentes o no, que apenas prueban una sola comida por
día, cuando la encuentran. Esa miseria es igualmente traumatizante, ya que
contradice violentamente la necesidad de seguridad que lleva en él al niño. La
agresividad, el deseo de evasión, el fatalismo, el sentimiento de la injusticia
social pueden entonces apoderarse del joven que sufre la miseria.
La mendicidad del hábitat es igualmente susceptible
de determinar protestas afectivas al fomentar, entre otras cosas, una
promiscuidad cotidiana que expone al niño a ejemplos perniciosos. Es por tales
razones que los tugurios todavía tan esparcidos en los barrios populosos de
nuestras ciudades, las habitaciones baratas en los inmuebles donde cientos de
familias cohabitan sin que se pueda ejercer una acción educativa sobre tales
masas de población aglomerada en estrechos espacios, constituyen en primer
orden factores criminógenos.